Exorcismo

Por María Sol Cabrera

...Y una y otra vez el filo traspasaba con firmeza y brutalidad la delgada capa de piel...

Era un hombre cercano a los cincuenta, aunque su aspecto físico no lo delataba en modo alguno. Roberto, era de aquellos que parecía saber como vivir la vida. Soltero, desprejuiciado y liberal sus días transcurrían de aventura en evento social y de señora en señorita.
Fue precisamente luego de uno de sus encuentros pasionales que creyó percibirlo por primera vez. Los rayos de luz que se filtraban por la persiana interrumpían su estado onírico impactando con violencia sobre su rostro. Mientras se incorporaba empezó a sentir un  putrefacto olor que se extendía a lo largo de todo su sistema respiratorio. Casi a tientas se arrastró intentando descubrir de donde provenía, pero no hacía más que adentrarse en una oscuridad pestilente. Un susurro suave y femenino lo seguía,  lo desorientaba  y ese murmullo se tornaba más agudo y repiqueteaba en sus oídos hasta que el negro se tiñó de rojo y se ahogó en uno, dos, tres gritos desesperados.
Sacudió el sudor que lo vestía sollozando mientras emitía resabios del último gemido. Estaba en su habitación. Solo. Sospechó que ya era de mañana. Tenía resaca pero se sintió aliviado de reconocerse en ese lugar tan seguro, tan suyo. Apagó al despertador que sonaba con una insoportable insistencia y en ese exacto momento en que el silencio inundó el cuarto y el oído cedió paso al olfato, percibió un tenue olor. Prestó atención. Era un olor desagradable, pútrido, amargo. Seguía atontado, mareado, confundido, pudo notar como el sol parecía quererle indicar dos copas vacías apuntándoles con una perfecta precisión. ¿Acaso había estado acompañado durante la noche? Intentó poner a prueba su memoria, recordar, aunque su cabeza estaba empacada en no colaborar y el esfuerzo solo le generaba una intensa puntada que perforaba cada una de sus neuronas.

...Y el cuchillo rasgaba, exorcizaba, desmembraba lentamente sanando, curando...

En efecto, una imagen poco nítida empezó a hacerse presente al cabo de unos minutos. Una muchacha regordeta y de contextura pequeña, de cabellos rojizos y labios resecos. No solía acostarse con ese tipo de mujeres, las prefería perfectas y delgadas, pero estaba tan entregada, que le dio lástima,  tan bien predispuesta que le generó intriga. Que extraño, pensó, casi nunca se acordaba de sus amorosas amantes; pero había algo, algo con esa mujer, algo oscuro que lo violentaba... ¿Acaso la había matado? ¿Sería un asesinato la causa de tal nauseabundo aroma? Removió rincón por rincón pero nada. Estaba solo en su moderno monoambiente. Solo en la más plena soledad, con un aire viciado que parecía ser la conjunción imperfecta de un animal en descomposición y las peores miserias del mismísimo infierno.
Abrió ventanas, cambió sábanas, prendió el ventilador y hasta tiró algunos productos de la heladera, pero el olor se había instalado y cada vez era más potente.
Aún se hallaba implorando al viento que lo exonerara de esos tóxicos aires cuando lo sintió. Pero esta vez dentro suyo, brotando ininterrumpida y lentamente por su poros. Una máscara de asco se apoderó de él. Corrió a lavarse. Se refregó el jabón insistentemente y con violencia hasta sangrar, sus rulos se entremezclaban y llegó a arrancarse algunos cabellos de raíz. Sollozó durante horas sentado bajo la ducha hasta que prefirió creer que era un problema de cloacas, que no era posible que el origen del hedor fuese él... que no era más que una víctima, que todo tendría solución.
Sin embargo su encuentro con el encargado fue poco alentador. El hombre intentaba tranquilizarlo diciendo que esa misma tarde se haría un chequeo en el sistema de cañerías cuando se descubrió hablando solo. Roberto, desencajado, respiraba la pestilencia en la vereda.
Durante un mes se entregó de especialista en especialista pero ninguno notaba una anormalidad clínica, nada fuera de lugar, todo orgánica y perfectamente funcional.
En contadas ocasiones lograba comer a causa de las arcadas, se había acostumbrado a las contracciones que por las madrugadas eran su única compañía, ya no frecuentaba amistades y mucho menos mujeres. Solo pensaba en ella. En la última. En esa mirada fría, en esos susurros, en su repentina desaparición. Sabía que había sido esa maldita, tenía que haber sido ella, fuera lo que fuera. Esa maldita lo había engualichado, seguramente era venganza, no le habría gustado ser tratada como una del montón, se habría ofendido cuando el hizo un comentario sobre sus labios resecos y ásperos; de a poco iba reconstruyendo la escena de ese encuentro y así empezaba a entenderlo todo. Cada día estaba más convencido que lo único que alivianaría su padecer sería enfrentarse con ella por última vez. Cara a cara.

...El líquido borgoña empezó a brotar y lo inundaba de felicidad, de placer...

Roberto iba sufriendo una pálida, ojerosa y cruel metamorfosis envuelto en una atmósfera cada vez más densa, agria y concentrada que obligaba a sus pulmones a estremecerse en cada inhalación provocándole una especie de mueca al exhalar.
Era martes, como la mayor parte de los días se había recostado sin cenar. Empezaba a anochecer cuando golpearon con insistencia su puerta. Unos gritos en el hall lo iban despabilando lentamente. Era el portero y al parecer tenía novedades. Resultaba que la inspección había sido deficiente, que el edificio estaba contaminado por desechos cloacales y eso había afectado a gran parte de los propietarios que se encontraban intoxicados. Necesitaría un periodo de recuperación y tendría que mantenerse aislado para que le realizaran algunos estudios hasta demostrar que las vías respiratorias ya se encontraban sanas, pero sería apenas cuestión de semanas. Durante aquellos segundos fue felizmente feliz, comenzó a reír frente el portero, exultante, radiante, vigoroso. Y de pronto cayó.
La alfombra de su cuarto no se sentía cómoda. Pero estaba cansado, débil. Escuchó el timbre. Se levantó esperando al encargado, a las buenas noticias. Uno, dos, tres pasos. Por la mirilla asomaban unos cabellos ondeados sobre una tez blanca donde reposaba una boca despellejada  que tan presente tenía, que estaba incrustada en su cabeza y en su retina, que tanto odiaba. ¿Era ella? ¿Qué la había llevado de nuevo hacia él? Jamás creyó que la encontraría tan fácilmente, que otra vez se le volvería a entregar…
Le abriría, la invitaría a pasar, intentaría disimular su expresión deformada por las facciones de la pestilencia, buscaría embriagarla para que entre en confianza, ya no le importaba ni como ni porque. Solo sabía que lo haría, se la cobraría.
El cuerpo fue hallado en un moderno monoambiente. El encargado del edificio fue quien dio aviso a la policía por los fuertes olores que salían del departamento del 4º piso. El cadáver de Roberto sin rastros de fosas nasales yacía junto a un rústico cuchillo de cocina ensangrentado.

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