El caso Harris

Por María Rita Gil

Paradas frente a la cama del señor Harris, Sonia y Leticia se miraron entre horrorizadas y perturbadas. ¡Vaya momento para morirse! Amen de la penosa situación, aquella era noche de reunión, como todos los primeros viernes de cada mes! En menos de media hora comenzarían a tocar el timbre los invitados de siempre. En la planta baja se hallaba la mesa puesta y las bebidas (cosa indispensable en aquellas veladas) ya expuestas junto a las copas. Era muy tarde para cancelar la velada y tampoco funcionaba el teléfono debido a la intensa lluvia del día anterior. Carecían de celulares por elección propia. La vieja casona estaba bastante alejada del pueblo, y al fin, si el Sr. Harris ya estaba muerto ¿que mal podría hacerle que continuasen con la fiesta programada antes de notificar su deceso? De todos modos Harris jamás concurría a las veladas musicales. Pero ¿Qué hacer con el muerto tan sobre la hora? Evidentemente el inquilino había sufrido un paro cardiaco en la cama. Ni sabían si el pobre hombre tenía familiares. Se trataba de un señor mayor, silencioso, amable, que escribía, leía y realizaba caminatas por el extenso jardín trasero. Hacia seis meses que se alojaba en la casa, abonando su alquiler mensual rigurosamente. Las hermanas evaluaron la situación, decidiendo dejarlo recostado, tapado con una manta como si estuviese durmiendo; prendieron el ventilador de pie a fin de mantener el cuerpo lo mas frío posible para demorar su descomposición. Después cerraron la puerta. Los invitados tenían un baño abajo, y de subir siempre se dirigían al ala opuesta. Luego bajaron presurosas. Controlaron la vajilla, llevaron la comida a la mesa y destaparon la bebida. Leticia acomodó las flores en el jarrón que hacia de centro de mesa. No tardó en escucharse el primer timbrazo. De a poco fueron cayendo los habituales invitados. Las hermanas los recibieron acogedoramente como era su costumbre. Se sirvieron las bebidas brindando por el nuevo encuentro.

Después de un lapso de amena y alegre charla, se dirigieron hacia el comedor. Como de costumbre, comieron y bebieron copiosamente entre risas y bromas. Después llevaron el café a la sala de música donde las hermanas se sentaron al piano mientras Raúl y Lautaro, los tenores, aclaraban sus voces. Y de a poco comenzó la velada musical. Esteban había bebido tanto, que dudosamente llegaría a recitar el poema escrito en el papel que yacía en su temblorosa mano derecha.

Embebidos en la música, nadie se percató de la súbita ausencia del poeta. Es que Esteban aprovechó el embelesamiento de los invitados para arrastrarse escalera arriba a fin de echarse un reparador sueñito. Ya en el piso superior, enfocó la vidriosa mirada por el pasillo, eligiendo el ala equivocada y enfilando hacia una puerta marrón. En su embriaguez sonrió comentando: -Este…este cuaartoo me estaba esperando…

Así fue como entró en la habitación de Harris. Lo observó de lejos con un: -Hola, amigo… ¿Por qué esta acá solito?- Ante el silencio del muerto, el poeta acercó una silla a la cama, ofreciéndole su copa con bebida -Tome, beba, le hará muuuuuuuucho bien.

Al no obtener respuesta, se puso a llorar como solía hacer durante esos ataques de melancolía ocasionados por la bebida.-Nadie me quiere! nadie me habla. Dígame algo! - y en medio del ebrio ruego tomó la mano del señor Harris. -Pero, amigo, esta helado! ¡Como un pez! Ya sé, voy a apagar ese maldito ventilador-. Con torpeza se levantó y al acercarse al ventilador tropezó cayendo junto al aparato. Esto causó un estruendoso ruido audible desde la planta baja.

Mientras Magda bailaba flamenco las hermanas escucharon el ruido proveniente arriba. Leticia se incorporó susurrando al oído de Raúl.-Acompáñeme con discreción. Hay un secreto en la casa -.Sigilosamente ambos abandonaron la sala hacia la planta alta. Antes de llegar al cuarto del occiso, Leticia adelantó: - Se ha muerto el señor Harris.- ¿Cómo?-preguntó sorprendido el tenor. -Justo antes de que ustedes llegaran, lo encontramos en su cama inmóvil, muerto. Y ¿qué hacer a esa hora? ni siquiera tenemos teléfono. Decidimos dejarlo en su cuarto hasta primera hora de mañana.

- Comprendo, qué mal momento. Pobrecito señor Harris.- comentó Raúl mientras entraban en el cuarto del occiso. Sentado en el suelo junto al ventilador caído se hallaba Esteban, quien milagrosamente sostenía su copa en la mano. - Está muy muy frío…y no me habla- articuló el poeta con dificultad.

-Levántate ya, Esteban. Y deja tranquilo a Harris que está muerto- ordenó Leticia con firmeza.

El poeta se incorporó lagrimeando y murmurando - Mi pobre amigo…

Levantaron el ventilador ubicándolo en su lugar de siempre y asimismo la silla que Esteban colocara frente a la cama del occiso. -Bien, bajemos a comunicar la noticia a los demás-sugirió el tenor agarrando de un brazo al tambaleante poeta.

Ya informados acerca de la situación, comenzaron a delinear los próximos pasos a seguir.

-Es muy tarde para molestar a la policía esta noche -afirmó Lautaro -Sí-coincidió Sonia - Descansemos un par de horas y a las siete de la mañana una de nosotras acompaña a Raúl en su auto a comunicar la situación a la comisaría. De paso Esteban se pone en condiciones como para recibir a los agentes. Cada uno se dirigió a su cuarto en la planta superior, en el ala opuesta a la habitación de Harris. A las siete, las hermanas ya habían preparado un estimulante café. Todos bajaron prolijos, cambiados y peinados como si hubiesen dormido toda la noche. Bebieron su café en silencio. Luego Leticia y Raúl sacaron el viejo auto del garage y se dirigieron al pueblo.

Recién a los cuarenta minutos apareció la policía junto al medico forense quien vivía en la ciudad mas cercana, a una media hora de distancia. Todos en la zona conocían a la respetable aunque excéntrica familia de las dueñas de casa. El forense constató un paro cardiaco ocurrido a la hora aproximada que declararan los moradores de la casa. Al no saber nada acerca de algún pariente del Harris, se decidió enterrarlo en el cementerio municipal. Pero los moradores de la casona pidieron una media hora a fin de velarlo adecuadamente. El agente se encogió de hombros diciendo que ese seria el tiempo que demoraría en llegar la ambulancia que pasaría a retirar el cuerpo del occiso. Entonces las hermanas e inquilinos subieron al cuarto de Harris. Primero los tenores cantaron un emotivo Ave María a capella, luego Esteban recitó una melancólica poesía de despedida y Magda hizo repiquetear sus castañuelas mientras daba un giro final de adiós al occiso.

Lo curioso fue que un agente encontró una llavecita en el bolsillo de la bata de Harris. La llave no pertenecía a la casa. Los agentes con sus almas de sabueso revisaron todo el cuarto. Y en el cajón del fondo del ropero hallaron un cofrecito. La llave lo abrió con dificultad. Adentro había una carta manuscrita encima de un fajo de dólares sujetos por una gomita. Sorprendidos escucharon el contenido de la carta que dejara Harris, leída con voz profunda por el agente Fernes: - Es mi voluntad que se repartan estos 20.000 dólares de la siguiente forma: 5.000 al poeta a quien no pude contestarle mientras me hablaba; 5000 a los tenores que me dedicaron el magnifico Ave María, 5.000 a Magda por su conmovedor adiós flamenco, y 5.000 a Sonia y Leticia a fin de que puedan continuar de por siempre con sus esplendidas veladas musicales. Firmado: Hugo Harris.

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