El Dr. Regis

POr José Joaquin Romero Lozano


El Dr. Regis se esforzaba por mantener la limpieza de su estudio tanto como le era posible. Barría el piso constantemente, enjuagaba las ventanas al menos una vez al día y controlaba cestos y ceniceros cada cincuenta minutos. Tres de sus cuatro paredes exhibían diplomas y fotografías de viajes, todas ellas enmarcadas en vidrios anti-reflejo que habían sido pulidos hasta rozar la perfección. Las sillas y sillones nunca permanecían en un mismo sitio, sino que daban vueltas semanales alrededor de una carpeta circular de pelo corto. Sobre la misma, que era de colores apagados pero armónicos, descansaba la pieza principal de su decoración: el escritorio. Traído expresamente del norte del país, este mueble era una antigüedad de madera robusta, con múltiples detalles labrados y de difícil cuidado. Para su limpieza contaba con varios productos específicos, algunos de los cuales había adquirido a través de los infomerciales televisivos de medianoche. Se podía decir en conjunto que Regis emanaba un aura de insatisfecha pulcritud, ya que cualquier objeto que entraba en su rango de visión era celosamente reubicado bajo algún nuevo criterio.

No necesitaba ser psiquiatra (aunque lo era) para diagnosticar las obsesivas patologías que consumían su tiempo. Estas se manifestaban claramente; sobre todo después de las siete, hora en que comenzaba a clasificar sus revistas académicas por color, tamaño, peso, valor científico o incluso una vez por errores de ortografía, encontrando que “Ciencia Hoy” es la publicación con mejor sintaxis del medio.

La vida profesional del Dr. Regis no encontraba demasiados sobresaltos. Quienes acudían a él eran en su mayoría ancianos de buen pasar económico y con lógicos temores seniles, rara vez enfrentaba casos que pudieran escapar a su material de consulta. Poseía a tal fin una biblioteca voluptuosa, dedicada casi por entero al registro de trastornos mentales. De hecho, confiaba tanto en sus libros y ensayos, que cuando Michel Ratsder apareció una mañana, Regis no dudo en que encontraría algún precedente. Pero no fue el caso.

Sucede que Ratsder era un hombre tan extraño que su mera existencia alentaba las posibilidades más absurdas. En su charla inicial, explicó que una serie de sueños lo había obligado a ir allí y Regis de inmediato pensó que le mentía. Cuando dijo que no tenía interés en el dinero y solo por eso estaba dispuesto a pagar las costosas consultas, pensó que exageraba un poco. Cuando mantuvo la firme idea de ser un genio que extrañaba su botella, simplemente lo catalogó como a otro alcohólico con síndrome de abstinencia. Pero cuando Ratsder comenzó a demostrar sus habilidades, adivinando la naturaleza de cualquier objeto que Regis escondiera en su puño, toda esa incredulidad dio paso a una nueva obsesión.

Las sesiones pronto se incrementaron bajo todo tipo de pretextos médicos y Ratsder fue revelando trucos cada vez más sorprendentes, pero lo que más llamó la atención de Regis era la capacidad de éste para medir distancias exactas en un pestañeo, pesar cuerpos sin margen de error con solo tocarlos o recitar letra por letra el contenido de enciclopedias enteras.

Alimentado por la fantasía y la magia y tras leer las Mil y una Noches por segunda vez en el mes, Regis decidió salir de compras y escapar a su habitual rutina. Se dirigió a la vinería del centro, donde visitó con cuidado cada uno de los estantes de licores, aguardientes y whiskies. Tres horas de profundo análisis le permitieron elegir una botella de su agrado, con curvas perfectamente simétricas, cristal grueso y resistente tapa a rosca.

Algunos meses después, el tratamiento trajo enormes frutos a la mesa y Ratsder finalmente confesó un incipiente deseo de suicidio. Regis tuvo dificultad en ocultar su felicidad, pero aún así se mostró consternado y recomendó como era habitual para su paciente, mucho descanso en cama, música serena, monotonía y absoluta soledad.

Ratsder apareció muerto a la mañana siguiente y Regis no faltó a su funeral dos días más tarde. Tuvo que encarar antes una dura discusión con la familia del difunto, donde se vio forzado a alegar, pese a la sagrada confidencialidad doctor–paciente, que los últimos deseos de Ratsder hablaban en forma inequívoca e ineludible de cremación, de su botella Red Label favorita y de un lugar reservado en el estudio psiquiátrico, único lugar donde se sentía a gusto. Tal fue la elocuencia de Regis que la familia cedió a las mentiras de éste y accedió a la falsa voluntad de aquel.

El Dr. Regis embotelló así a su paciente y le confió un sitio predominante en la decoración.

Todos los días después de las siete le consulta sobre sus revistas. Nuevos y precisos órdenes las clasifican una y otra vez, buscando encontrar en este proceso alguna grieta oculta. Tal vez para forzar un error que le permita leer entre las líneas de las formas y entender así, de qué están hechos los contornos del mundo.

3 comentarios:

  1. Buena exposición de lo tenebroso de un temperamento obsesivo y del carácter de dependencia que siempre tiene un paciente respecto del médico.
    Me gustó el relato. Felicidades por el segundo puesto.
    M. Noelia Antonietta

    ResponderEliminar
  2. Gracias, era la idea, jaja. Quería que se sintiera pena por los dos personajes y con respecto a lo tenebroso, me encanta lo sobrenatural, pero lo que más miedo me da es indagar hasta donde pueden llegar esas personas "normales".

    RSWander

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Joa: ¡Qué bueno que pudiste publicar algo de lo que escribís, espero que no te tome por sorpresa mi mensaje, estuve pensando en vos y encontré esto en google. Cariños.
      Elfress

      Eliminar