Basili Kosich


Por Daniel Andrés Campano

No soy Basili Kosich. Lo aclaro porque desde esta mañana todo parece indicarme lo contrario. Mi nombre es Miguel Vargas y soy empleado municipal de Pico Truncado, una modesta localidad del sur de Argentina. Tengo cuarenta y dos años recién estrenados, sin hijos, sin pareja, sin familia, pero con algunos amigos que espero lean esto y puedan restablecer la realidad que me está siendo usurpada.

En este momento estoy sentado en una especie de bar y mientras escribo no puedo dejar de percibir una espantosa realidad: las personas a mi alrededor hablan una lengua que me es desconocida. Hace unas horas, cuando ingresé a este establecimiento notablemente alterado por lo que me ocurría, mi pánico se incrementó al notar que el mozo que me atendió no entendía nada de lo que le hablaba. Tuve que valerme de gestos para hacerme servir un café cargado, unas cuantas hojas y una birome. Necesito hacer memoria para recordar que pasó anoche, allí posiblemente esté la clave para descifrar lo que me pasa.

Brumas, sólo brumas. He tenido resacas memorables en mi vida, pero jamás me había pasado algo así. No puedo recordar que pasó ayer, mis recuerdos terminan en el momento en que llegué del trabajo dispuesto a celebrar mi cumpleaños con Víctor y Rubén, y es en ellos en quienes deposito las esperanzas de una respuesta, en ellos y en esta carta cuya única función parece ser la de sacarme de esta realidad terrible que me está lacerando la mente. No recuerdo nada, y no sé por qué estoy acá, ni donde estoy. De hecho, no recuerdo siquiera cómo me levanté esta mañana al despuntar el alba. Mi conciencia del día parece haber regresado a mí desde una niebla desconocida mientras caminaba sin rumbo fijo por unas calles que jamás había visto, como si del sueño hubiera pasado a la vigilia sin interrupción en mi andar, y sin interrupciones entre lo onírico y lo tangible, y por eso decidí entrar a este bar a ordenar mis pensamientos. No tengo dolor de cabeza, no siento el típico sabor pastoso que acompaña a la metabolización del alcohol, estoy limpio, con ropas prolijas y agradables, salvo un pequeño detalle… no es mi ropa la que estoy vistiendo. En vano intenté buscar mi celular, no lo tengo, ni tampoco documentos o algo que me devuelva la identidad que se me escurre como arena por los dedos.

¡No soy Basili Kosich! El nombre retumba en mi mente como intentando ser reconocido como propio… sin embargo yo sé que soy Miguel Vargas, y que me encuentro sumergido en un lugar extraño como en un mal sueño del que no puedo despertar. He notado en el último cuarto de hora con cierto asombro que el zumbido de la charla de las mesas vecinas se va haciendo menos oscuro, menos zumbido y más murmullo, y curiosamente algunas palabras son perfectamente asimiladas por mi, aunque desconozco el dialecto al que pertenecen. Soy Miguel Vargas, la reiteración es necesaria, y no hablo más idiomas que el castellano con el que me críe. No entiendo que está pasando, pero esto no puede ser más real que una pesadilla. Aunque a veces las pesadillas son más reales de lo que uno supone.

Hace unos minutos fuí al baño y me miré en el espejo. Si bien hasta hace poco estaba seguro de mi aspecto, el reflejo de mi imagen me devolvió una realidad absolutamente distinta que me impactó en primera instancia, pero que ahora me resulta perfectamente natural. Reconozco cada ángulo de mi fisonomía como propio, la redondez de mi vientre, la claridad de mis ojos, la espesura de mi barba, cada una de las manchas de mis manos; sin embargo hubiera jurado que siempre fui delgado, de ojos oscuros y retraídos y barbilla lampiña. Usando sorprendida y toscamente un idioma que hasta hace unas horas me era ajeno, solicité que me indicaran donde había un teléfono para hacer una llamada. Pero no pude marcar ningún número, simplemente no recuerdo siquiera la característica mi ciudad. Nuevas cifras sin destinatario comienzan a poblar mi mente como una marea suave pero persistente.

Confundido trato de guarecerme en algo íntimo y personal. Ajeno a toda pertenencia física que me auxilie, recurro a los siempre confortables recuerdos de la infancia, pero descubro asombrado que un velo tenue comienza a tiznarlos con una capa de nuevos recuerdos que no siento propios, o al menos no son parte de la realidad a la que estoy habituado. Sigo sentado en este bar, con estas hojas que escribo bajo mi diestra (¿no era zurdo yo?), con la sombra de un nuevo café en la taza y desahogándome en este diario improvisado. Cada tanto miro hacia afuera a través del ventanal y trato de encontrar respuestas en el andar de las personas que caminan, los vehículos que circulan, las nubes semovientes de un cielo que ya casi me parece familiar. Me llama la atención el aspecto de las edificaciones, techos rojizos, edificios antiguos que exhiben orgullosos una existencia incluso milenaria en sus fachadas. Fachadas que se dibujan en mis pupilas en contornos que ya han sido marcados con anterioridad aunque no entienda como es eso posible. Juro que jamás he salido de mi país, y no existe posibilidad alguna de que me encuentre en una zona desconocida de Pico Truncado. ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué acá? ¿Quién soy?

La respuesta a estas intrigas se forma en mi mente con una certeza que termina por borrar cualquier asomo de duda, del que sólo queda registro por lo escrito precedentemente.

Me encuentro en mi ciudad natal, Pécs, una modesta urbe del sur de Hungría… y mi nombre es Basili Kosich, tengo cuarenta y dos años recién estrenados, y ya no sé por qué empecé a escribir estas notas.

2 comentarios:

  1. Sólo una duda, ¿por qué el título de Basilic si el personaje es llamado Basili?

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  2. es q el título es Basili Kosich... es un error el que figure la c final. :P

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