Presencia

Por Tatiana Methol

Una débil luz se filtraba a través de sus párpados. Los cerró con fuerza. La cabeza le latía de forma repetitiva, incesante, trituradora. Intentó concentrarse para recuperar el sueño. Giró en la cama, enredándose con la sábana, y terminó de convencerse sobre su suerte cuando algún perro vecino comenzó a ladrar con furia cercano a la ventana de su habitación: hoy no sería su día.
Volvió a girar en la cama y nuevamente cerró sus párpados, esta vez con más fuerza. No se había acostado de buen y humor, y esta no era la mejor manera de amanecer.
De repente, y en contraste con la temperatura cálida de esa mañana estival, su cuerpo se estremeció. Un frío intenso se extendió por la habitación, como acompañando la caminata de alguien (o algo) que había ingresado al cuarto. Su piel se erizó, como cada vez. Desde pequeña vivía estas situaciones, sin poder delimitar la realidad de sus fantasías, de sus fantasmas, de sus almas perdidas buscando una médium con la cual expresarse.
Se incorporó con esfuerzo y se sentó en la cama. Sus jóvenes piernas estaban cansadas, agotadas del esfuerzo infrahumano de resistir el día a día. Volvió a estremecerse. Siempre le resultó my difícil físicamente resistir esas presencias, pero lo hacía desde que tenía memoria. El miedo inicial se fue transformando en habituación, y con el paso de los años, en quizá algo parecido a la indiferencia: aunque el último mes había sido muy diferente. Más allá de las presencias comunes, hacía prácticamente un mes había experimentado una presencia mayor, extremadamente mayor. Sospechaba su identidad, y temía lo peor.
Caminó lentamente tambaleándose hacia el baño, sintiendo el familiar hedor insoportable que dejaba a modo de estela su singular compañero de cuarto. Su cabeza latía fuertemente provocándole nauseas. Sabía lo que ocurriría a continuación. Levantó la cabeza. El dolor era insoportable.
Fijó su mirada en el espejo: su rostro pálido demostraba pánico, sus ojos estaban desenfocados. Entonces la vio. Aún estaba allí. Se movía suavemente tras ella. El abatimiento la invadió por completo. Cerró los ojos, al tiempo que sentía una mano helada recorrer su mejilla, aún cálida.
Hoy sería igual que todos los días, no la dejaría en paz. Respiró hondo y caminó lentamente fuera del baño, luchando con su mareo para no caer en el pasillo.
Llegó a la cocina, pensando que ya no podía seguir así. Sentía su presencia tras ella, acechando, hostigándola. Su frío era inconfundible. Mientras su piel volvió a estremecerse, comenzó a llorar: estaba decidida a fulminar el asunto.
Su mano tembló cuando la apoyó sobre la fría hoja de metal. Miles de recuerdos llegaron a su cabeza. Sonrió y tomó el cuchillo.
El piso comenzó a teñirse de sangre, mientras la muerte, algo decepcionada, salió silenciosamente de la casa.

1 comentario:

  1. Felicitaciones Tatiana, por el relato y por el premio de la edición 2008.

    Saludos!

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